Un
testigo lo confirma: en Plato sí se volvió un hombre caimán
Virgilio
Di Filippo dejó por escrito la historia de Saúl Montenegro, el hombre detrás de
la leyenda
Por: Juan
Gossain
Voy a
empezar mi relato
con
alegría y con afán,
que en la
población de Plato
se volvió
un hombre caimán...
- José
María Peñaranda, Se va el caimán
Ya no me
queda ni una duda: Colombia es la tierra de las cosas singulares.
Como lo
recuerda cualquier colombiano mayor de 50 años, la historia cuenta que en
inmediaciones de una localidad hermosa que se llama Plato, en el departamento
del Magdalena, y a orillas del río que lleva el mismo nombre, merodea un hombre
que se transformó en caimán por andar echándoles el ojo a las mujeres hermosas
que lavan ropa o se bañan en los playones.
Perdónenme
un momentico, antes de seguir adelante: al comenzar el párrafo anterior dije
que, en resumidas cuentas, eso es lo que dice la historia. ¿O será la leyenda?
Como cualquier colombiano, siempre tuve la seguridad absoluta de que eso no era
más que otra hermosa leyenda inventada por la imaginación popular
Pero, para
que lo sepan, ahora, cuando ya ha transcurrido casi un siglo, aparece la
declaración escrita de un testigo presencial. Tengo en mis manos una copia de
su testimonio. Entiendo lo que usted está sintiendo en estos momentos porque yo
tampoco podía creerlo.
Un abogado italiano
Vamos al
grano, que el tiempo apremia y la curiosidad también.
Corría el
año de 1940. El mundo estaba en medio de la Segunda Guerra Mundial. En la población
de Plato vivía un abogado descendiente de italianos, llamado Virgilio Di
Filippo, nacido en el Cerro de San Antonio, otra localidad del Magdalena, en la
que Simón Bolívar vivió unos días durante la guerra de independencia.
En Plato,
Di Filippo llegó a ser secretario del juzgado municipal, profesor, sacristán,
periodista, escritor de la vida cotidiana del pueblo y compositor musical que,
además, tocaba el órgano en la iglesia parroquial.
Fue
entonces cuando pasó lo que pasó. A la dirección del periódico El Heraldo, de
Barranquilla, llegó una extraña carta, que parecía una novela o una crónica muy
bien escrita, y provenía de Plato. Para perplejidad de los lectores, apareció
publicada el 5 de julio de 1940, hace ahora 80 años exactos.
Se desmaya el primero
El
asombroso testimonio, escrito por Di Filippo en tiempo presente y en una de las
viejas máquinas de aquellos tiempos, en papel de carta, comienza diciendo que
todo empezó seis días antes, el 29 de junio.
“Como a
las tres de la tarde –comienza el relato– , cundió la noticia de que en el
campamento petrolero de la Andian, que dista del poblado un kilómetro, más o
menos, había saltado un animal que presentaba formas de hombre y caimán al
mismo tiempo”.
En esa
carta queda constancia de que, el primero que vio semejante aparición, fue el
celador del puerto. “Salió despedido, como alma que lleva el diablo, a darle la
noticia al jefe del campamento y cayó desmayado. El animal, con un cuerpo
enorme, yacía sobre la playa del río”.
En vista
del inmenso pavor que se vivía entre el gentío congregado en el puerto, el jefe
dispuso que le dispararan. “Pero el animal hizo ademán de súplica y se desistió
del intento de matarlo. Como se advirtiera que con la mano derecha hacía
señales de pedir alimentos, se le largó un pedazo de carne cruda, pero el
saurio no lo cogió”.
El animal,
con un cuerpo enorme, yacía sobre la playa del
río
Entonces,
a una distancia prudente, le pusieron comida cocida y la devoró en el acto. Di
Filippo revela que esos primeros testimonios los obtuvo de Alfonso Camargo
Maestre y Luis Arrieta, testigos presenciales.
Y agrega:
“De acuerdo con la descripción que ellos nos han hecho del animal, hemos
confeccionado el dibujo que le acompañamos, y que, como usted verá, tiene
brazos de hombre y media cabeza humana”.
Los
vecinos de Plato tomaron aquel primer episodio “como una broma o un
chascarrillo”. Lo atribuyeron a la imaginación popular. Pero, cuando apenas
habían transcurrido unas cuantas horas de lo sucedido en la petrolera, la cosa
comenzó a ponerse seria. La gente también.
Habla la mamá del caimán
“Al día
siguiente”, prosigue Di Filippo, “fuimos avisados de que en casa de la señora
Ana Leonor Rivera se había hospedado una señora, de nombre Manuela Aguilar,
procedente de El Yucal, que se decía madre del caimán humano”.
Como era
natural, el pueblo entero salió corriendo para allá, entre ellos el propio Di
Filippo.
“Encontramos
una anciana de 73 años, muy acongojada. Le preguntamos qué era lo que había pasado
y nos dijo: “Voy a referirles todo. Mi
hijo no es el diablo, como ha inventado la gente del Cerro de San Antonio; él
era un hombre como cualquiera de ustedes, pero la fatalidad es así. El año
pasado, en el mes de marzo, mi hijo trabajaba quemando los rastrojos de una
roza en El Yucal, y de pronto le cayó encima una llovizna que le produjo tos”.
(Debo
aclarar que en el lenguaje de los campesinos caribes, una roza es un sembrado
de frutos comestibles, granos y cereales).
“Así
pasaron seis meses”, prosigue la madre, “y lo curaba el señor Blas Contreras
con bebidas de calahuala mezcladas con frutas maduras y cáscaras de guayacán
con sal rociada por el sereno de la noche”.
El caimán se llama Saúl
La señora
Manuela se detuvo un momento, según el escrito de Di Filippo, y exclamó que su
hijo se llamaba Saúl Montenegro. (¿O se llama todavía? ¿Será que, en medio de
tantos prodigios, aún anda por ahí, llorando su tragedia en los playones?).
“Como no
conseguíamos su mejoría”, dice entonces la señora, “resolvimos, por insinuación
de un vendedor de hamacas, mandarlo para donde los brujos de La Guajira. En
mayo de este año regresó perfectamente bueno. Pero en la casa todos ignorábamos
que poseía un secreto para volverse caimán cuando se lanzaba al agua”.
Aquí es
donde empieza lo bueno.
La propia
madre cuenta que, en el pueblo de El Yucal, antes de echarse al agua, Saúl le
entregaba a un compañero un frasco que contenía un extraño líquido de color
azufrado.
“Así que,
cuando quería recobrar la figura de hombre, se acercaba a la orilla y se echaba
otras goticas de ese líquido y volvía a quedar convertido en hombre. Cuando
supe eso, le rogué a Saúl que dejara esos embolismos, pues yo ya estaba muy
nerviosa”.
(Embolismo
es palabra castiza y pura. En el español antiguo significaba enredo, confusión,
chisme, embuste).
Cuando
quería recobrar la figura de hombre, se acercaba a la orilla y se echaba otras
goticas de ese líquido
y llegó la tragedia
La mamá
del caimán continuó así su historia: “Una mañana, mientras yo me dedicaba a
hacer unos bollos, salió Sergio con José Manuel Arenilla, ‘El Cojo’, que nunca
lo había visto hacer la prueba”.
De manera
que, cuando Saúl regresó vuelto caimán, después de disfrutar la desnudez de las
mujeres en el río, fue tan grande la impresión de El Cojo que, en vez de
rociarle unas gotas en la cabeza, le arrojó desde lejos el frasco tapado, que
se hundió en el río, y salió corriendo. En la corriente se perdió el remedio
mágico de la hechicería.
Así fue
como Saúl Montenegro, hace 80 años, se volvió caimán para siempre. Su madre
terminó aquella reunión en Plato, según el testigo Di Filippo, pidiendo a los
presentes que hicieran correr la noticia de que ese caimán humano era su hijo,
“y que no me lo vayan a matar mientras yo hago traer desde La Guajira esa misma
agua milagrosa que compone el cacique Mantaura”.
Como
ustedes se imaginarán, aquello se regó por todos los pueblos de la orilla del
río. La gente no hablaba de otra cosa. Hubo testigos que juraban haber visto al
caimán humano pidiendo un poquito de arroz o una yuca, por el amor de Dios. Es
más, en Plato crearon una comisión encargada de conseguirle comida.
La noche del espanto
Hasta que
pasó lo que pasó aquella noche de 1940. Dejemos que lo relate el testigo Di
Filippo: “Aquí, en Plato, el señor Juan García vive en la plaza adyacente al
mercado. El día 3 del presente, como a las 11 de la noche, al terminar amena
charla con sus amigos, el señor García se dispuso a dormir, pero antes fue a la
tienda vecina, la del señor Miguel El pueblo entero corría hacia allá junto con
las sombras de la noche. “Entre los gritos de los muchachos y el llanto de las
mujeres que clamaban ‘misericordia, Señor’, solo el señor García recobró la
serenidad y permanecía con la vista fija en el saurio. De pronto le arrojó los
plátanos y el queso, que el animal devoró con famélica ansiedad”.
(Con razón
el canto de Peñaranda diría que “la historia de ese caimán es digna de
admiración, come queso y come pan, y bebe tragos de ron”).
El señor
García, entonces, le ordenó: “Saúl, vuelve al agua”. Y, agrega Di Filippo, “en
voz baja le rezó el Magnificat y el Credo al revés. El caimán emitió un enorme
ronquido y se echó al caño con un estruendo que hundió varias canoas bajo un
oleaje de diez metros de altura”.Tejada, donde compró unos plátanos maduros y
un pedazo de queso”.
De
repente, al volver a su casa, vio que por la calle se iba acercando a él “un
enorme monstruo en forma de reptil, que se arrastraba pausadamente. El buen
anciano dio un grito de espanto que alarmó al vecindario. Acudieron los
policías, los guardas de rentas, las mujeres en ropa de dormir; aquello fue una
verdadera babilonia”.
Epílogo
Desde
entonces, el hombre caimán va y viene, recorriendo todo el curso el río, hasta
llegar a su desembocadura, en las afueras de Barranquilla, donde a veces lo
siguen viendo.
El
episodio llegó a oídos de José María Peñaranda, el popular músico barranquillero
que creaba canciones picarescas, y compuso la historia de Se va el caimán. Ese
canto se volvió célebre en toda América y luego en el mundo entero.
Dejo
constancia escrita de que esto no es lo que ahora llaman ‘realismo mágico’,
sino algo mucho más importante: es la realidad mágica que se vive a diario en
el Caribe. Para que después no digan que esas son vainas de García Márquez.
JUAN
GOSSAÍN
CRÓNICA
ESPECIAL
PARA EL TIEMPO